Archivos Mensuales: diciembre 2014

«Vos no elegís de quién enamorarte…»

Entonces cuando dejó de reírse sentí lo importante que es ese sonido para mí. Es música que sale de su cuerpo mientras tiembla de risa, de estar feliz. Con ella aprendí que ser feliz es cuestión de momentos y no de vidas, de eternidad. Uno no es feliz siempre, sino en determinado lugar y tiempo; se es feliz por segundos o por horas, pero no se lo es eternamente. Y eso me lo demostró ella riéndose en ese instante, con la cara contraída y las pupilas dilatadas.

Ese día apreció en mi casa como siempre, golpeó dos veces la puerta y la abrió sin preguntar. Así es como se mueve, se apropia de las situaciones y de los lugares. Sabe apropiarse de la gente mejor que nadie, también.  La vi entrar y la calma se apoderó de mi cuerpo nervioso, tenía miedo de que no pase. Teniéndola cerca siempre es así, sin saber si su  bipolaridad te va a dejar tranquila, si se levantó bien o mal, si te va a querer o te va a odiar. Hasta que no sonrió tuve la sensación de que venía a llorar, como cuando no sabe qué le pasa, desconsoladamente y llena de angustia. Porque ella también es así: depresiva y llorona. Lloricona te diría de si misma, con esa voz suave y acelerada.

Cuando se hizo un café y empezó a tomarlo se rió de algo que sólo ella sabía y no quiso compartir conmigo. Le pregunté una y mil veces que la tenía tan animada (no, no me animé a preguntarle que la tenía tan feliz) y poniéndose seria me dijo lo de siempre: «no te puedo contar todo, Alma» y entonces deje de insistir porque me dio miedo sacarle la alegría y que vuelva a ser la misma gris de siempre. Cuando está así tiene tanto color que me encantaría ser parte de su arcoíris. Cuando esta en silencio se apaga de a poco, dejándote ver ese gris opaco y triste que la corroe.

En medio de una oración se levantó de un salto, corrió al equipo de música, tocó los botones muy rápido y en cuestión de segundos la cocina se llenó de ese rock nacional que la vuelve loca. La voz suave rebotó por todas las paredes y ella empezó a bailar. La vi reírse con los ojos, se me estrujo el cuerpo y me sumé a ella. Bailamos un rato, cantamos esas canciones, que me enseñó algún verano de calor y pesadez,  hasta que nos quedamos sin aire y la abracé mientras la letra rezaba «tengo una banda amiga». Tengo su banda amiga. Eso me hace dormir tranquila algunas noches. Saberla conmigo.

Puso pausa, usó su voz más tranquila y dijo claramente «capaz me esté enamorando y no puedo hacer nada al respecto». Me tambaleó el mundo porque ella no se enamora nunca, de nadie ni de si misma. Pensé mil cosas para decirle pero no podía hacer más que mirarla fijo. «no me mires así nena, yo no tengo la culpa». Quise replicarle que sí, que ella tiene la culpa. Dejar a alguien entrar tan hondo cómo para lograr enamorarse es culpa de uno y de nadie más. Permitir enamorarse es elección propia y ella sabe muy bien que es jugarse todo hasta el fondo y más. Lo único que pude decirle fue que está bien, que a todos nos pasa, que ahora va a tener que pelear por eso y por su amor. Sonrió y dijo que lo estaba intentando. A mí me bajó un poco la presión del pecho porque la vi sincera. Es una de esas personas que cuando son sinceras se nota en los ojos, en el cuerpo.

Volvió a poner la música, siguió bailando y cuando terminó la canción empezó a reírse. Le lloraron los ojos, le tembló todo el cuerpo y se puso muy roja. La seguí, deje liberar el cuerpo de todo nudo generado, me entregué a la risa y  disfrute del momento: sabemos acompañarnos muy bien en el llanto pero no sabemos reírnos juntas y en compás. Esta vez sonó tan lindo que generamos música con solo descostillarnos en el suelo. Ahí fue cuando dejó de reírse y entendí todo mejor que antes.

«Vos no elegís cuando enamorarte, no. Pero sí le das paso a que eso suceda. Le abrís la puerta, lo saludas, lo dejas pasar. Cortázar decía que el amor es un rayo que te parte y te deja estaqueado en el medio del patio. Es así. Pero vos elegiste estar parado en el medio del patio durante una tormenta, a merced del rayo que te va a caer. Vos no elegís de quién enamorarte, ni cuándo ni porqué. Pero si vos no dejas que eso pase no va a pasar. Así que no te laves las manos, vivilo. Vivilo cómo siempre vivís las cosas: a fondo o a nada. No dejes que se te llene el cuerpo sin descargarlo. Abraza  tu decisión, no lo dejes ir ahora que ya te la jugaste y abriste la puerta. Elegí caminar bajo el sol, amiga. Pero hacelo a conciencia. Yo no vine al mundo para salvarte como vos no lo hiciste para salvarme a mí. Me encantaría poder hacerlo, pero cada uno se tiene que salvar a su manera. Camina bajo el sol, llénate de eso que da vida y divertite. Pero cuidate.»

Me quede en silencio y sentí su mano contra la mía. Así funcionamos. Yo dramatizo, ella vive y después aterriza con fuerza y dolor, mientras yo corro a socorrerla. Así vamos a funcionar durante el ‘para siempre’ que nos toque vivir. Nos quedamos un rato acostadas, con las manos juntas, pensando cada una en cómo solucionar los problemas de la otra. Es como si pudiese verle los pensamientos que tiene de salvarme de mi des-amor diario y esa forma que tengo de arruinar las cosas. Yo pensaba en cómo mostrarle que por una vez vale la pena soltarse y dejar de llorar a escondidas mientras juega a ser la fuerte de esta amistad. Son estos momentos en los que me doy cuenta que somos eternas y que la eternidad hay que saber vivirla. De reojo vi cómo sonreía y supe que ella también lo sabe: tenemos un tiempo eterno que nos toca vivir de la forma que sea. Por suerte nos toco juntas, codo a codo.

Se paró y camino sola hasta la puerta, dejándome acostada en el suelo de mi cocina. Antes de cerrar la puerta giró y sonrió con toda la cara. Creo que me regalo tal sonrisa porque ella también sabía que no iba a durar mucho antes de que se nublara el mundo. Se lo veía venir. Siempre dijo que las cosas buenas pasan de a poco, entregadas con cuentagotas. Esto de elegir caminar bajo el sol era bueno para ella.

Todos sabemos que los días bajo el sol no duran mucho. Tanto sol quema, ampolla, duele. Para que no te lastime te tenes que cuidar. Pero también sabemos que no tenemos idea de cómo cuidarnos, que nos tomamos el sol de una, fuerte, sin precauciones. Después viene el dolor de la quemadura y volver a la sombra. Volvemos a la oscuridad para sanarnos, para salvarnos cómo podemos, con lo que tenemos.