[…. Te escribo porque a veces hablarte no me resulta fácil. Me mirás y me desarmo por entera. En vez de decirte lo que quiero decir, me callo la bocay me llamo a silencio. Te escribo porque, definitivamente, lo mio son las palabras escritas. Con un hilo, sin hilar, con o sin sentido: es la única forma de la que me puedo explicar. Te escribo por cobarde, miedosa, sensiblona y poco cuerda. Te escribo para no mirarte, por si te llego a lastimar (más), para no hacerle frente a tu ceño fruncido, a tus ojos queriendo esconder lo que sentís. Lo hago para no tener que afrontar que tenemos que hablar y, sobretodo, para no dejarme llevar por las ganas de tu abrazo.
Me siento acá a escribirte porque ya no duermo. Me paso horas sentada en mi cama, jugando con la luz, buscando en libros un personaje que me enamore para, así, desenamorarme un poquito de vos. Pero pasan los días, los libros, las hojas y los hombres de papel y sigo acá: comparandote y viendote ganar cada vez. Quizás porque te extraño. Quizás porque tu abrazo calma toda tempestad. Cuando no estás los demonios atacan fuerte, sin descanso, y ahora que te fuiste podrás imaginar porque no duermo. Y porque, al final, siempre triunfás conmigo.
Te sigo escribiendo porque ya no puedo comer. Descubrí el por qué unos días después de la última vez que nos vimos: antes, más que nada, comía para vos. Era cómo un triunfo chiquito, una alegría que me gustaba regalarte. Era cómo decirte: mirá, me arreglé, ahora ingiero comida sin problemas. Fueron tantas las veces que te hice chistes con mi peso, con vos dejandome de querer por gorda, que al final te cansaste. Y eso, claro, fue mi culpa. Usé cada bocado como un triunfo. Me gané a mi misma cada vez que no me quise por no ser lo suficiente para vos, me llené la pansa aún cuando sentía que no debía. Use todo el tiempo posible para ser perfecta para vos. Eso también fue mi culpa: entre chistes mal hechos y almuerzos comidos, no pude ver que quizás vos no me querías perfecta. Si no tan sólo yo. Tal vez me querías imperfecta.
Ojalá no te moleste que siga escribieno, pero lo sigo haciendo porque debo aceptar la realidad: todo fue mi culpa. Me quise volver transparente, dejé a la vista todos mis miedos y cicatrices, y llegado el momento vos te cansaste de no ver ningún color en mí. Y eso está bien, te prometo que sí. No tendrías que haber soportado tanto. Te llené de silencios, de penas ajenas, de promesas sin cumplir. Te llené de momentos perdidos, de llantos desconsolados, de palabras que no tendría que haber dicho. Te llené de mis miedos, mis inseguridades, de errores, de libros y palabras de amor. Pero nada, ni lo bueno ni lo malo, alcanzó: y eso fue culpa mía.
Sigo acá, escribiendote, porque no sé hablar. No sé pedirte con la voz que peleés por mí. Qué luches contra mis quilombos y me sigas queriendo a pesar de todo. Para que dejes de lado el silencio y hagas lo que yo no puedo hacer: hablar. Para que me abraces, me saques la culpa y me liberes el alma de tanto desamor que yo misma me causé. Para que me perdones, me sigas amando, me quieras así de complicada, llena de pesadillas. Para que me elijas en el silencio y en el llanto desconsolado de no saber qué me pasa. Para que ganes mi batalla, me salves del quilombo y me vuelvas a querer tan imperfecta.
Te escribo para que me disculpes la cobardía de no poder decirlo en voz alta.
Pero acá estoy, cómo mejor sé, amando en palabras.
Ojalá, en todo este quilombo, eligieses leerme.
Mientras tanto acá sigo, escribiendote. ]