Archivos Mensuales: abril 2019

Un poquito desde el miedo

Cada vez que miro rápido para el lado del espejo me asusto porque tengo el pelo corto. Me lo corté en noviembre y estamos en abril, pero todavía me sorprendo cuando me miro. Lo tuve largo, larguísimo, durante los últimos nueve años de mi vida. Supongo que por eso no me acostumbro, pero más sospecho que es porque no me suelo mirar mucho entonces me es más fácil olvidarme como luzco.

Siento que hace frío afuera pero también hace frío adentro y eso me confunde un poco. No debería ser así. Sobretodo porque hacen como veinte grados y para mi esto es primavera en pleno otoño pero en realidad estoy temblando. Como si me hubiesen tirado un balde de agua helada llena de cubitos de hielo que me caló hasta lo más hondo de mi cuerpo, que me hace tiritar castañeando los dientes, que me agarrota las manos y las vuelve duras para teclear. Es que adentro mío, al parecer, es el peor de todos los inviernos. Pero por eso estoy escribiendo. Porque un poco sé que la forma más fácil que tengo de entrar en calor cuando el frío viene desde muy adentro mio es poniéndome a escribir. Siempre que escribo vuelve el fuego y se prende algo nuevo y entonces la adrenalina corre rápido y me deja a mil.

Es la primera vez, en mucho tiempo, que decido exponerme un rato para dejar de sentir como me voy congelando desde las venas hasta el centro de mi cuerpo. En realidad todavía no sé si voy a llegar al final de todo lo que quiero decir antes de arrepentirme y decidir no exponerme nada. Es que cuesta. No sé bien porqué lo hago. Si por querer que alguien me lea, por intentar contar algo aunque crea que a nadie le puede interesar lo que tenga para decir o si es simplemente la necesidad de salir del escondite en el que me refugio cada tanto. La verdad es que hace un tiempo escribo solo para mi porque tengo un libro a mitad de camino y quiero que siga siendo solo mío un rato más. Aunque este pensado para nacer y ser de otros. Por ahora es todo para que yo escriba y lea y sienta que estoy hilando una historia que algún día va a nacer y, quizás, poner mi nombre en una tapa en una vidriera. Pero hay veces que necesito salir un rato de mí y que los ojos de otras personas vean cómo me voy descongelando y deshaciendo en agua, por el peso de que nadie piense que al final escribir no era lo mio. Porque, para qué mentirme a mi misma, casi siempre que estoy acá es para demostrarle a todos ustedes que quizás me están leyendo: escribir sigue siendo lo mio, lo crean o no. El problema es que la que debería creérselo soy yo. Y con eso debería bastar. Pero se ve que no.

Tengo la música a todo volumen, canto cada tanto alguna estrofa de lo que suena, el mate se me enfrío entonces me levanto para calentar el agua y me vuelvo a asustar porque giré rápido y, de nuevo, me sorprende verme con el pelo corto. Cuánto hace que no me miro bien al espejo como para que quede grabada en mi cabeza la imagen que proyecto en el reflejo.  Todavía me veo con el pelo largo y quizás un poco más flaca, con una sonrisa mas débil pero con el ceño menos fruncido y es así, pensando en mí misma mientras la pava eléctrica hace ruido, que me doy cuenta que no soy nada ver a la persona que vive en mi cerebro y sospecho que eso debería asustarme pero, en realidad, me relaja.

Miro la pagina en blanco y vuelvo a pensar en si llegaré al final o dejaré este texto a la mitad y me olvidaré de el mañana. Vine a escribir para contar algo que ahora no me acuerdo qué es entonces tengo miedo de no tener nada para decir. Es el mismo miedo que tengo siempre así que no le hago mucho caso. No tener nada para decir, no saber hacer nada, no terminar lo que empiezo. Vivo con esos miedos chiquitos que se van colando en los pensamientos diarios y se van haciendo lugarcito en mis entrañas para empezar a crecer y en algún momento dejarme desarmada y sin respiración. Es un loop de miedos que empujan cada vez más fuerte desde adentro hasta que, cuando ya no puedo más, intento con todas mis fuerzas sacarlos de mi, escribo algo, termino cualquier cosa que empecé hace años o aprendo a hacer algo nuevo y ellos se retiran un poco y me dejan respirar un rato más. Porque los miedos son así: abrasivos y peligrosos, insistentes en los pensamientos y persistentes en la sangre hasta que uno da un paso para adelante, los manda a cagar y piensa que no van a volver jamás pero deja la guardia alta por las dudas, porque siempre vuelven.

Entonces mientras estoy sentada acá, mirando el cursor titilar y las letras uniéndose en una imagen bastante linda y poética, pienso que mis miedos son los miedos más tremendo pero a su vez comes y corrientes que conozco pero que también eso lo deben pensar todos de los suyos propios. Pero estamos todos un poco en la misma. Que creemos que los nuestros son los peores pero sin saber que la persona que tenemos al lado también tiene sus propios miedos y que seguramente piensen que los de ellos son aún más terribles que los nuestros y así sucesivamente. La importancia de saber eso es qué hacemos con nuestros miedos pero más aún con los de los demás. De saber de qué están hechos mis terroríficos miedos aprendí que no puedo juzgar los miedos de quienes me rodean sino que tengo que aprender a quererlos y a cuidarlos con eso mismo. Estamos hechos de eso que nos asusta. Somos lo que somos por eso que nos desvela algunas noches. Lo mio es que escribir nunca funcione y que al final no tenga nada para decirle a nadie. A otros seguramente sea quedarse sin voz o para algunos otros quizás mirar para los costados y encontrarse solos. Pero todos tenemos algo que nos clava en el lugar, nos impide seguir, nos derriba la esperanza, nos saca la respiración. Yo los estoy poniendo acá por escrito para que todos ustedes que quizás los lean sepan lo siguiente: soy muchísimo de estos miedos, abracenme con todos ellos y entiendanme cuando me superan. Tenganme paciencia cuando siento que no puedo dar un paso más porque los bichitos estos llenos de miedo me están comiendo los pies. Yo les prometo, si de algo sirve mi promesa, que voy a hacer lo mismo con ustedes.

Escribí un montón pero creo que no dije nada. Estoy llegando al final de esta hoja en blanco que me daba muchos nervios no poder terminar aunque no haya hecho más que llenarla de caracteres sin sentido. Lo voy a publicar porque me quiero justificar a mi misma y también demostrarles a ustedes que sigo acá intentando vencer todo pero más aún ganarme a mí misma. Hace mucho no me miro al espejo, hace un montón no me doy crédito por lo que hago pero hace bastante más que no me escucho. Me deje estar y me quede tan quieta que me fui congelando desde la punta de los dedos hasta el último mechón de pelo corto. Me cansé de estar escondida escribiendo para mí pero más aún me cansé de no hablar conmigo misma desde las letras puestas en esta página. No soluciono nada pero tampoco escondo lo que me pasa. Estos últimos días estuve cagada hasta las patas pero ahora estoy más tranquila. Este último tiempo sentí que no podía nada más pero al final podía un montón. Hay veces que tenemos que perder los estribos de todo y sentir que ya no hay más para tocar un poco fondo, reírnos de nosotros mismos volviendo a caer y volver a subir despacito hasta la superficie. Hay veces que hay que llorar un montón o gritar muy fuerte para vaciarnos, que no quede nada adentro y así volver a llenarnos de todas las cosas buenas que salgamos a buscar. Puede ser que todavía no me reconozca en el espejo pero estoy segura que en un tiempo me voy a volver a encontrar en el reflejo y va a estar todo muy bien. Porque si hay algo que aprendí del miedo es que puede mantenerme durante un tiempo en grados bajo cero, puede paralizarme algunos momentos y cortarme los pulmones a la mitad para que no entre más aire los minutos necesarios para pensar que no voy a volver a respirar nunca más, pero no puede hacerlo para siempre. No puede ganarme por el simple hecho de que yo no quiero que me gane. Pero más aún porque tengo muchísimas ganas de que el miedo forro que me hace temblar me vea siendo ganadora cumpliendo todos mis sueños que él no quiso que yo cumpla.

Voy a apretar publicar y vamos a ver qué pasa. Voy a pararme desde la decisión un rato y sentirme triunfante y llena de palabras para decir y de letras para contar. Voy a aprovechar el subidón de adrenalina un rato y a sentirme que puedo todo lo que quiero siempre y cuando me den ganas de hacerlo. Y voy a pensar, mientras camine por la calle, que no tengo nada que justificarle a nadie porque lo que yo haga o deje de hacer no es de su incumbencia. Y voy a sonreír y a reírme y a toda esa gilada que la felicidad trae de su mano. Lo voy a aprovechar mientras dure. Y cuando se termine la alegría, cuando los grados empiecen a bajar estrepitosamente, cuando el hielo empiece a crecer adentro y haga muchísimo frío, voy a leer esto y pensar que en algún momento, en un futuro no muy lejano, va a volver a ser primavera en pleno otoño y no voy a tener más frío desde adentro y voy a volver a bailar bajo el sol porque no hay invierno que dure para siempre y no hay hielo que no pueda derretir.

Y así, como siempre, supongo que podré volver a empezar.