Archivos Mensuales: diciembre 2019

uno.

Algo así como un viento fuerte que te tira para atrás y, aunque sabes que no es posible que te haga levantar vuelo, por un momento pensás que ojalá te haga volar. Pero ahí estás, con los pies que parecen plomo, con la boca entreabierta, con las manos en puño y los ojos fijos puestos en él. No tenés ni idea cuando fue que dejaste de tener miedo pero qué lindo es no volver a temblar nunca más. El pelo revuelto y la piel de gallina, la ropa un talle más grande del que deberías usar ondea con la rafaga y la espalda un poco tirada para adelante, queriendo sostenerte en el lugar, evitando que el tirón del aire no te mueva ni un centímetro. No recuerdo mucho si gritaste o hablaste en voz baja. No recuerdo nada de lo que salió de tu boca pero recuerdo muchísimo la mirada feroz y los dientes a la vista, la postura de defensa y la sensación de que vos estabas donde tenias que estar en el momento en el que se te esperaba. No corriste la vista ni cambiaste de posición y los minutos se nos hicieron eternos, parecieron horas, se acumularon en días llenos de ruido. No sé si hasta este momento me había dado cuenta que cuando sopla el viento se apaga el silencio, pero desde ese día no puedo evitar saberlo. Aunque quisiera, aunque me gustaría no saber nada de todo lo que aprendí en esas horas mirándote a vos pelear. Con él, con todos, con vos misma, conmigo y con cualquier pobre alma que se cruzó en tu camino. El viento sopló más fuerte, tu cuerpo se tensó aún más, tu boca se movió rápido, mi sangre hizo ebullición en las venas y tu mirada explotó llena de brillo. Por una vez en tu vida, estabas ganando una batalla. Por primera vez en la mía, entendí que el mundo es muchísimo más complejo de lo que parece.  Él caminó despacio para atrás, cuidando los pasos, temiendo darte la espalda, desapareciendo de nuestra vista lenta y tortuosamente. Hasta que no lo viste más y te diste vuelta hacía mí. Tus ojos puestos en los míos, la sonrisa que empieza a asomar, el viento que tira para el otro lado, la ropa que no para de ondear, la adrenalina disparada y la sensación de que ojalá, por favor, aunque este viento no pueda hacernos volar, al menos nos haga acordarnos de esto para siempre. Y aún hoy, pasados los años y las lunas y los minutos, esa plegaria que dijimos en silencio, ese pedido de que nunca se borre de nuestra mente, en parte fue verdad. No hago la cuenta de cuándo fue que te vi por última vez, Mandala. Pero si sé que aún pasado el tiempo, aún olvidándome detalles de lo que vivimos, de que me cueste muchisimo evocar tu voz y encontrar tu color de pelo entre la gente, no me olvido de esa tarde, de tu postura, de tu mirada de triunfo y de la sensación de sentirnos, por un rato, invencibles.

Ya no pienso tanto en vos. Al menos no la misma cantidad que pensaba hace unos años, cuando te repetías sin parar entre mis pensamientos más comunes, apareciéndote en la calle en la cara de alguna desconocida, en las miradas ajenas, en las manos de quienes me rozaban al pasar. Ya no te pienso tanto pero nunca pude dejar de cerrar los ojos y volver a esa escena, a ese momento donde nos miramos por minutos interminables y la risa después nos inundó y el amor nos puso la piel de gallina y el sentimiento de que al final, menos mal, habíamos vencido. Cada vez que tengo miedo vuelvo a estar ahí. No entiendo muy bien porqué, si veinticuatro horas más tarde desapareciste por completo. No debería ser un recuerdo feliz porque es el último. Pero también es el único que me calma los nervios, que me baja la ansiedad, que me cubre con una paz encantadora. Esa tarde de fresco otoñal fue la última en la que alguien me llamó por mi verdadero nombre, me miro a mis verdaderos ojos, me quiso por quien verdaderamente era. Después de eso vino el huracán, la tormenta, la falsa calma, el horror, la huída y la careta. Tantos años diciéndome que era la persona más valiente que habías conocido para salir corriendo a penas me quedé sin vos. Si alguien me cruza ahora seguramente no me reconozca. Si alguien me cruza ahora seguramente no sepa quién fui.

Ya no recuerdo cuanto tiempo pasó porque la mente humana es un lugar muy curioso y la mía lo que mejor sabe hacer es negar. Fui borrando los años, dejando espacio para lo nuevo, para lo desconocido, sacándome de encima la mochila  que llevaba, irremediablemente, tu nombre. Ya no recuerdo cuanto pasó porque no quiero pero nunca dejo de recordar todo lo que vivimos juntas. Eso no lo puedo sacar de adentro mío ni aunque le pida a Dios que me haga olvidar. Supongo que esta nueva yo que soy, aunque niegue todo lo alguna vez me hizo ser quien fui, no puede empezar si no es con vos en su sistema. Menos de veinticuatro horas después de nuestra última lágrima, me subí a un avión, dejé que me llamaran por un nombre que ya no reconocía tanto y me fui para no volver. Lo único que puede contabilizar el tiempo que pasó hasta hoy son las cartas que, misteriosamente, por las dudas no les puse fecha. Las numeré, eso sí. La nueva yo también es neurótica. Escribí la primera durante un vuelo que se me hizo eterno pero en realidad fue muy corto. Le pedí un lápiz y un papel a la azafata y lloré en letras todo lo que no había podido llorar en lágrimas. Que sin vos no tengo ganas de quedarme en el mismo lugar, que no soy de las que esperan, que entiendo que nunca más vayas a volver, que odio extrañar, que detesto tener una rutina si no va a ser sabiendote cerca. Que porque carajo llegué tan tarde. Pero eso ya lo sabés. O espero que lo sepas. Aunque con vos, la verdad, nunca se supo.

Con esa carta descubrí que todo lo que no podía contarle a nadie lo podía poner por escrito por lo que te escribí un montón más. En sobrecitos de azúcar, en vasos descartables, en servilletas y en boletos de colectivo. Te escribí notas, cartas, comentarios. Te escribí todo lo que mi sistema no podía encuadrar,  todo eso que iba quedando encerrado entre mis cuerdas vocales, ocupando espacio en mis pulmones, apretujandose entre mis costillas. Y aún así, cada vez que no quise escribirte más, cada vez que necesitaba alejarte de mi recuerdo, cada vez que quise empezar de cero, intenté contarselo a quienes me rodeaban. Pero qué difícil es traer el pasado cuando ya se vive en el futuro. No podía hacerme volver desde el olvido, poniéndome la piel de quien ya no era, sacandome la careta que tan linda estaba maquillada. Así que volvía a vos cansada, hartisima de angustiarme, con las lágrimas agolpadas en los ojos, con las manos que picaban de la ansiedad. Primero me olvidé la forma de tus uñas, supongo que después la suavidad de tus manos y algún mes dejé de pensar en tus pies. Te empezaste a ir de mi memoria en tu forma humana, en tus curvas graciosas, en tu torpeza de quién creció mucho en poco tiempo. Lo último que perdí fue tu voz. La forma en la que decias las palabras, las letras saliendo por tu lengua, la risa que se te escapaba en los momentos inoportunos. Todo eso, a veces queriendo y otras sin darme cuenta, lo fui borrando de la memoria RAM de mi cerebro. Pero nunca pude sacar tu presciencia. Nunca te pude sacar del todo. Con cada carta que guardé en esta caja que ahora tengo abierta en frente mio, te traje un rato a jugar con mis recuerdos. En cada nuevo papel que fui sumando al montón, tuve tus ojos mirándome con curiosidad y tu abrazo que hacía que todo en mi se sienta en casa.  Fuiste tanto tiempo un escape que en algún momento me terminé de perder. Hasta hoy. Hasta esta última carta.

No sé cómo voy a lograr hacer esto pero acá voy: hasta siempre, amiga. Ya no puedo huír de mí cada vez que me acuerdo que vos escapaste de todo. No puedo seguir llorando la pérdida de quien igual se quería ir. Ya no puedo culparte porque vos no tuviste la culpa de nada. No sé cuando me di cuenta que todo este tiempo estuve atada a vos porque tenía miedo de soltarme y estar sola. Estar sola no está tan mal como pensaba. A veces me siento en la plaza y miro a la gente pasar y pienso mucho en si me estarás mirando. Nunca creímos en esas cosas pero supongo que la falta de lo que fuimos me empujó a pensar en creer. Fuiste la salvación más graciosa que pude haber encontrado y me arrepiento de no habértelo dicho cuando tuve la oportunidad. Y aunque no pueda escucharte hablar ni acordarme de la calidez de tu compañía, te extraño un montón. Y me da bronca no poder decírtelo de otra forma que no sea por escrito. A mi siempre me gustó leer pero a vos siempre te gustó mucho más hablar. Y si pudiese cambiar algo en este mundo gigante y lleno de sentimientos rarísimos sería que vos vengas y yo me tenga que ir. Vos te merecías empezar de cero y yo necesitaba rearmarme en mí misma pero ya vemos cómo salieron las cosas. Supongo que, de ahora en más, con todo esto guardado en un cajón podré hablar de vos en voz alta. Quiero contarle a mis nuevos amigos que una vez tuve una hermana que no llevó mi sangre. Una amiga que me rescató de la oscuridad aún cuando ella cargaba con colores más oscuros. No sé si alguna vez podré ser justa con tu recuerdo. No sé si alguna vez podré pintarte en palabras cómo te lo mereces. Pero no quiero que existas sólo entre mis papeles, tengo muchas ganas de que vuelvas a caminar al lado mio. Aunque sea en mi memoria. Pero que no sea más en mi silencio.

Te escribo estas últimas palabras para decirte algo: gracias. Por romper nuestras barreras, por sacar del juego nuestros miedos, por regalarnos un aire fresco. Desde ese momento que te reíste de un chiste que no quise hacer hasta la última birra en el patio. Desde cuando caímos duro contra el asfalto y hasta cuando simplemente caí yo pero te tiraste para acompañarme. Fuiste un soplo de nuevo mundo y quizás tenga que aprender a agradecertelo más y a esconderte menos.

Estábamos solas hasta que nos encontramos. Estuvimos juntas hasta que te fuiste. Si alguna vez dejo de creer en la magia, no encuentro nunca más atisbos de amor, dejo de pensar en los milagros, espero poder volver a pensar en vos. En esa piba de zapatillas sucias y jean caído que apareció de la nada, me abrazó las partes rotas y me prometió algo que nunca más dejamos de buscar: que siendo amigas podíamos cambiar el mundo. Y que si cambiabamos el mundo, podíamos cambiar la historia. Y vos querías cambiarlo todo.

Querida amiga: hasta que los planetas nos vuelvan a juntar.

Te voy a pensar para siempre.

Pero esta vez tengo que volver a empezar sin vos.